jueves, 12 de marzo de 2009

EL leon Negro

En una localidad perdida al este de África oriental, los pobladores de una pequeña aldea reportaron haber avistado un león macho de considerable tamaño fiereza y enmarañado pelambre de color completamente negro que se había cobrado algunas cabezas de ganado en sus incursiones nocturnas. Las crónicas solo en dos oportunidades habían mencionado especimenes de tales características físicas, y Víctor Von Whilberg lo sabía cuando el, rumor llego en forma de carta a su casa en las afueras de Berlín. Víctor Von Whilberg Había sido cuando joven un cazador temerario y había gozado de cierto reconocimiento. Pero eso había sido hace muchos años y descansaba entonces alejado ya de la actividad, viviendo holgadamente gracias al alquiler de algunas propiedades que poseía por herencia en la capital.
Víctor Von Whilberg pasaba el tiempo en la sala de estar, leyendo en la silla mecedora enfrente del fuego, diarios de guerra o novelas históricas de grande personalidades.
En esa misma sala rendía culto a la aguerrida valentía de sus antepasados también cazadores, colgando retratos de ellos entre los numerosos trofeos de caza mayor que le recordaban a diario que el tipo de sangre que corría por sus venas no era la de una raza perezosa.
Víctor Von Whilberg era en sus costumbres un hombre solitario austero y parsimonioso que prefería la comodidad al lujo y el trabajo al encargo.
Enseguida se hubo enterado de la noticia preparo su carpa, y su bolsa de dormir. Sus fusiles, sus cuchillos, linterna y cantimplora, y una mochila grande con ropajes, botiquín y utencillos variados. Ese mismo, día telefoneo a la oficina de Aerolíneas Lufthansa y reservo un pasaje para el siguiente mediodía, que lo dejaría en un aeropuerto de Kenia.
Una vez allí, compró víveres y un mapa de la región, alquilo un jeep y se internó en la sabana rumbo al poblado donde el enorme León había sido visto. Una vez allí, le indicaron sobre el mapa, un río serpentoso que debía cruzar, hasta llegar al pie del monte que da nombre al país, el segundo mas alto de África, ubicado al norte de Nairobi. Rumbo al este encontraría una serie de bosquecillos y varias cavernas donde los pastores solían llevar en otros tiempos sus cabras a pastar. Allí, le indicaron, podría llegar a encontrar a el León negro. Tenga mucho cuidado le advirtieron- El león no es un animal, sino un espíritu maligno de la selva. No le comerá el cuerpo sino el alma.
Víctor Von Whilberg no tuvo problema en alcanzar el lugar indicado. En un árbol que juzgo lo suficiente alto, construyó un improvisada tarima y sobre esta armó su carpa. Preparo los fusiles, y se dispuso a esperar.
Durante los días exploraba y oteaba con sus binoculares en busca de rastros y durante las noches, aguardaba paciente con su linterna y sus fusiles a que el animal, al que sabía de hábitos nocturnos se viera atraído por los cebos o cayera en alguna de las trampa Víctor Von Whilberg intuía sin embargo que la pelambre oscura de la bestia haría casi imposible un avistamiento en horas sin sol.
Una semana mas tarde de haber arribado, Víctor Von Whilberg dio con unas huella de gran tamaño y supo que eran de la criatura que el perseguía, Cambió de lugar el campamento, y se reaprovisionó en un poblado cercano, donde también, pudo oír nuevos rumores sobre el demonio noctívago.
Cinco noches mas tarde hoyo su rugido y la piel se le erizo. Nunca había oído nada parecido, sonaba como si hubiera salido de las entrañas mismas de la tierra. Un eco milenario, proyectándose más allá del tiempo y el espacio.
La noche numero seis, logró avistar una sombra gigantesca camuflada con la oscuridad total desplazarse entre los largos pastizales bajo el sin fin de estrellas que parecieron replegarse ante su tranco. La noche numero siete, la criatura probó la carne de una de las ovejas que había dejado atada a un poste. y Víctor Von Whilberg logró acertarle un tiro. El león lanzó un gemido desgarrador y huyó malherido. Con su escopeta al hombro, un revolver en la mano, un cuchillo en el cinto y la linterna en otra mano, El cazador siguió el rastro de sangre persiguiendo el animal moribundo. Lo encontró en una cañada rodeada por un despeñadero. Allí yacía el cuerpo ciclópeo del animal.
La espesura de su pelo negrísimo se recortaba, por su intensidad con la de la roca iluminada por una luna en cuarto creciente. El tamaño de la criatura era realmente apabullante. Un ejemplar vigoroso de una hermosura sobrenatural. La bala le había perforado el cuello. Respiraba con dificultad emitiendo un soplo áspero y lastimoso con la lengua afuera, y los ojos áureos, abiertos de par en par, buscaba la mirada de su ejecutor.
Víctor Von Whilberg lo contemplo abrumado. Y por primera vez lloró frente a una presa, no fue por lástima ni por piedad, sino por la intima convicción de haber vislumbrado desde el principio aquello que entonces resultaba evidente. Con cierta confusión de emociones que oscilaban entre el éxtasis y el espanto remató al animal de un tiro en el corazón.

Una semana más tarde una brigada de patrulla halló el cuerpo muerto del cazador. Asombrosamente los animales salvajes no lo habían tocado. Tenía un orificio de bala en el cuello y otro en la frente. Las huellas de un león enorme se concentraban a su alrededor y se perdían hacia lo profundo del monte.







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